domingo, 18 de octubre de 2020

Otoño

 

Otoño. 

La luz dorada y mágica, preludio de los últimos instantes de la tarde y la llegada del ocaso, ilumina caprichosa retazos de la montaña. El peso de las granadas, rojas y exuberantes, hace vencer las ramas que las sustentan, mientras las hojas color ocre de la parra se aferran aún a una vida efímera. El manzano alberga todavía algunos frutos que, maduros y dulces, hacen las delicias de quienes tienen la fortuna de poder cogerlos y comérselos. Por su parte, naranjos y limoneros, se colorean paulatinamente con el color propio de los frutos que les son característicos. Los olivos de plata exhiben sus aceitunas, aleatoriamente negras o verdes aún. Las calas y los lirios vuelven a resurgir al milagro de la vida, mientras un caracol espera, paciente, que caiga agua del cielo o aunque sea agua del riego para dejar indicios de sus andanzas en una estela dorada. En la huerta, diminutas lechugas, alcachofas, coles y espinacas incipientes comparten espacio con veteranas berenjenas, calabacines, pimientos y tomateras, a las que el fatum herirá de muerte en la primera helada. Una pareja de tórtolas se ha posado en las ramas de una jacaranda mientras sus hojas, movidas por la brisa, se mecen con la cadente armonía de una bailarina. El pino bicentenario, testigo mudo de dos siglos de historia, albergará una noche más a multitud de especies arropándolas en el seno de sus frondosas ramas. En un instante la luz dará paso a la oscuridad, porque así ha sido siempre el ciclo inexorable de la vida. Es otoño, época de siembra, y Miguel piensa, que como diría Cándido, el personaje de Voltaire, toca "cultivar la huerta". 

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