Entre los escombros de las utopías
que incauta como Ícaro, Faetón y tantos,
te hicieron caer por arrimarte al sol.
Entre las ruinas de esbeltas columnas
de nácar nimbadas, coronadas de fuego
sobre el verde fulgor de dos espejos cansados.
En la resaca de un otoño triste:
Con rumor de fado lento.
Con sabor a ron añejo.
Obstinada y rebelde,
un reducto escondido albergas,
un rescoldo tenaz en ti resiste.
Y es ese pequeño baluarte subversivo
donde destilas néctar de amor primaveral
-filtrado ya de
excesos, de almíbar depurado-
el lugar donde
habito,
el centro de mi
mundo.
Mi única morada.
El último bastión.